Golpistas de Mali detienen al presidente Keita entre la condena mundial
Militares protagonizaron un golpe de estado incruento en el que detuvieron por la tarde al presidente Ibrahim Boubacar Keita (IBK) y a su primer ministro Boubou Cissé.
Los militares que hoy protagonizaron un golpe de estado incruento en Mali detuvieron por la tarde al presidente Ibrahim Boubacar Keita (IBK) y a su primer ministro Boubou Cissé, un gesto que les ha costado la condena mundial pero un aparente apoyo en las calles de Bamako.
Se esperaba que los golpistas emitieran una declaración de intenciones al caer la noche, pero pasan las horas sin que lo hagan y crece la confusión sobre sus objetivos últimos, más allá de la destitución del presidente.
Si bien por la mañana se creyó que las Fuerzas Armadas Malienses (FAMA) estaban divididas sobre la oportunidad del golpe, con el paso de las horas la supuesta oposición interna se ha hecho invisible y todo hace pensar que la mayoría de uniformados se han puesto del lado de los golpistas.
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Sin embargo, las consecuencias ya se hacen sentir para el país: la Comunidad de Estados de África del Oeste (CEDEAO), a la que pertenece Mali, cerró las fronteras con este país, suspendió su participación en el organismo y amenazó veladamente con una intervención militar regional.
Es una incógnita quién está a la cabeza del movimiento, más allá de algunos nombres de generales y coroneles que se han filtrado durante el día, sin confirmación de ninguna fuente.
Además del jefe de estado y el primer ministro, se cree que los golpistas han detenido a la mayor parte del gobierno maliense formado como un gabinete de excepción el pasado 27 de julio para intentar dar salida a la profunda crisis política que vive el país desde hace meses.
A la espera de conocerse sus objetivos, las condenas han llovido sobre los golpistas desde todos los países e instituciones con algún peso en Mali: la Unión Africana, la Unión Europea, la ONU, Estados Unidos y la antigua potencia colonial, Francia.
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El último en pronunciarse fue el propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres, quien ha exigido "la liberación inmediata y sin condiciones" del presidente IBK así como "un arreglo pacífico" de las diferencias entre malienses.
Pero pese a todas estas condenas y a la falta de apoyos exteriores, los amotinados parecen contar con el apoyo popular, a juzgar por las muestras de alegría expresadas por la multitud que esta tarde invadió muchas avenidas de Bamako, confraternizando con los militares entre música y cánticos.
Escenas festivas compartidas a través de los teléfonos móviles mostraron numerosos ejemplos de celebración espontánea de los hechos, que hacen pensar que los golpistas cuentan por el momento con el apoyo de buena parte de la opinión pública.
Un presidente muy criticado
El presidente maliense Ibrahim Boubacar Keita, en el poder desde 2013, ha presentado hoy su dimisión y la de todo el gobierno en una declaración transmitida esta noche por la televisión nacional, tras haber sido depuesto por un golpe militar horas antes.
"No deseo que se derrame más sangre por mantenerme en el poder", dijo Keita, que fue presentado en la ORTM1 (televisión oficial) como "presidente saliente".
IBK, como se le conoce popularmente, dio a entender que su renuncia se hacía forzado por los militares participantes en el golpe de estado: "¿Tengo acaso otra opción?", se preguntó, tras recordar que "ciertos elementos de las fuerzas armadas han concluido que esto debía terminar mediante su intervención".
El golpe parece suponer el final de IBK, como se conoce popularmente al presidente maliense: llegado al poder en 2013, tras los turbulentos meses que siguieron a otro golpe de estado en 2012, este político de 75 años ha ganado dos elecciones consecutivas, la última de ellas en 2018.
Si bien esa elección fue relativamente tranquila, fue el resultado de los comicios legislativos del pasado abril el que encendió la ira popular por las sospechas de fraude.
El gentío que durante semanas de mayo y junio invadió las calles de Bamako protestaba por la corrupción del presidente y su familia, pero también por la creciente inseguridad en el país y por la ausencia del estado en amplias parcelas del territorio nacional dominadas de facto por milicias de obediencia étnica.
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Además, el yihadismo no ha dejado de ganar terreno en el país en la era de IBK, convirtiéndolo en uno de los países más peligrosos del Sahel y contagiando además a otros vecinos como Níger, Burkina Faso o Costa de Marfil.
En Mali está estacionada la Minusma, misión de estabilización de la ONU para el norte del país, convertida en una de las más peligrosas del mundo por la cantidad de ataques que sufre.
Todas estas cuestiones plantean una gran cantidad de interrogantes sobre los movimientos inmediatos de los militares amotinados: ¿proyectan nuevas elecciones y dar el poder a los civiles? ¿Quieren replantear la presencia de la ONU en el país? ¿Se encaminan a una línea más dura para afirmar la presencia del estado? ¿Se atreverán a desarmar a las decenas de milicias activas?.
Por el momento, falta escuchar la voz y las razones de los amotinados.