La colombiana que llevó la ciclovía a Sudáfrica
Se trata de Marcela Guerrero Casas, la activista que creó la iniciativa "Open Streets" en Ciudad del Cabo, siguiendo el modelo de la ciclovía bogotana.
Ese día había tormenta y Marcela, con tan solo 16 años, no había llegado del colegio donde estudiaba en Plano, ciudad de Texas, en Estados Unidos. En la escuela la veían como un bicho raro, pues se transportaba en bicicleta en un pueblo petrolero donde los hijos de los grandes empresarios llegaban en autos de alta gama. Su tía estaba preocupada porque allí las tormentas generan peligrosas inundaciones y lluvias torrenciales, pero cuando se asomó a la ventana la vio llegar montando bicicleta, completamente empapada y feliz.
Esa imagen fue casi una premonición para Marcela Guerrero porque desde entonces la bicicleta le ha dado una identidad y una guía en su proyecto de vida. Ella es la creadora de Open Streets en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, un proyecto que cierra algunas vías para que los carros no pasen y las personas puedan sacar su bicicleta de forma segura a las calles, mientras disfrutan de este deporte en la ciudad, tal y como sucede cada domingo y día festivo en la Ciclovía de Bogotá, Colombia.
¡Viva la ciclovía!
Todo empezó una tarde en el malecón de Ciudad del Cabo durante una conversación con su amiga Diana Sánchez, otra colombiana que estaba radicada en Sudáfrica, luego de que ambas participaron en el Cape Town Cycle Tour, una carrera masiva de ciclismo que recorre el cabo donde está la ciudad. "Con ella empezamos a hablar del tema y dijimos: Sería muy chévere una ciclovía en Ciudad del Cabo, pues a la gente le gusta montar bicicleta", asegura.
Esa misma noche Marcela llegó a la casa y le escribió una carta al editor del Cape Times, el periódico de la ciudad. "La titulé con una frase muy cursi como: ¡Viva la ciclovía!, y me la publicaron al otro día". La carta contaba la historia de la ciclovía en Bogotá y las ganas que ella tenía de que eso se replicara en Ciudad del Cabo. "En ese momento dije: acá hay algo, y empecé a conectarme con gente que trabajaba por el ciclismo".
Desde 1974, todos los domingos y festivos las calles principales de Bogotá se cierran a lo largo de 120 kilómetros interconectados para darle paso a la circulación exclusiva de corredores, patinadores y ciclistas. A lo largo de la ruta, también hay escenarios de instrucción aeróbica, yoga, música y pequeñas tiendas de comida y fruta fresca.
Cada día, en promedio, salen dos millones de personas, es decir, cerca del 30% de la población de la ciudad. Por eso, para los bogotanos la ciclovía es parte de su identidad. Incluso sobrellevan su realidad de vivir lejos de la costa con el famoso dicho: "Bogotá no tiene mar, pero tiene ciclovía".
La experiencia exitosa de la capital colombiana ha sido replicada en las principales ciudades y municipios del país. También en otras ciudades de Latinoamérica como Buenos Aires, Río de Janeiro, Santiago de Chile, Quito, Ciudad de México y Lima, entre otras. Siguiendo el ejemplo colombiano, se han hecho versiones de la ciclovía en países como Israel, Nueva Zelanda, India, Canadá, Australia y en muchas ciudades de EEUU.
Cuando Marcela visitó Bogotá con su esposo, Dustin Kramer, quien la escuchaba todos los días hablar de Open Streets, recuerda que lo llevó a la ciclovía y solo entonces él entendió la envergadura del proyecto. "Me dijo: "¡Ah! Ya entiendo, uno puede recorrer toda la ciudad en bicicleta". Acá lo damos por descontado porque es normal, allá es como muy abstracto y poco realista".
La tormenta perfecta
Luego de la carta enviada al diario, Marcela decidió mandarle un concepto a Brett Harron, secretario de Movilidad de la alcaldía de Ciudad del Cabo. Tiempo después, una organización que trabaja temas a favor del uso de la bicicleta le escribió para mostrarle algo que les había enviado la alcaldía de la ciudad, un proyecto que podría funcionar. Cuando abrió el correo, se dio cuenta de que era su concepto.
Open Streets nació también en medio de una tormenta, «una tormenta perfecta», como la llama Marcela. Entonces trabajaba en Ciudad del Cabo en Fairtrade Africa, una ONG que apoya a los pequeños agricultores y trabajadores para asegurar mejores formas de intercambio comercial. Luego rechazó un nuevo puesto en Bonn, Alemania, pues se le había metido en la cabeza la idea de hacer algo similar a la ciclovía en esta ciudad del sur de África.
Open Streets
La primera versión la hicieron el 25 de mayo de 2013, el Día Internacional de África, luego de muchas reuniones para definir el nombre definitivo del proyecto. La alcaldía permitió que se cerraran solo 800 metros de una calle de Ciudad del Cabo. Marcela creía que si llegaban 500 personas el evento podría considerarse un éxito, pero llegaron 5.000 y fueron portada del diario local al día siguiente: había muchas personas, gente bailando y haciendo dibujos, y era imposible andar en bicicleta debido a la multitud de personas que participó en el evento. Esto definió el concepto de Open Streets en Ciudad del Cabo, que está en su manifiesto: un evento asociado con las expresiones artísticas y el intercambio comercial.
A los dos años, el dinero se acabó y Marcela sufrió un ataque de ansiedad que la mandó al hospital: "Fueron dos años en los que no recibí un peso por hacer el evento ni le decía nada a mi familia, porque sabía que me iban a reclamar por mi decisión de no irme a Alemania".
Por fortuna, recibieron apoyo del gobierno local y de una organización internacional, y desde entonces se han hecho 16 versiones de Open Streets, dos o hasta cinco veces al año en varios lugares. "Era importante que diferentes comunidades tuvieran la misma experiencia". En promedio han logrado tener un recorrido de 2,5 km en el que han participado 8.000 personas. Desde entonces, otras ciudades africanas han replicado la experiencia, como Johannesburgo, Adís Abeba (Etiopía), Kampala (Uganda), Abuja (Nigeria) y Nairobi (Kenia).
Marcela empezó a ser invitada a foros y conferencias, y Open Streets ganó reconocimiento e identidad. En 2017, tras la muerte de su padre, sintió que era tiempo de volver a Colombia: "Era un momento oportuno para dejar la organización. Hasta el último momento yo vivía y respiraba por Open Streets, pero era consciente de que era importante esa separación", dice con los ojos aguados, recordando la despedida que le hicieron sus compañeros: "Ese día yo lloraba desconsoladamente".
De la tristeza, a los pocos días colapsó uno de sus pulmones: "Yo estoy segura de que fue eso, esa ausencia que me despegaba de algo que me dio identidad, que me dio tanto y a lo que le di todo", recuerda llorando. “Fue literalmente como si me hubieran arrancado algo". No obstante, no se arrepiente de volver a su país. "Creo que dejé un precedente, la gente reconoce qué es Open Streets".
El próximo domingo 23 de febrero se llevará a cabo una nueva versión de Open Streets en Ciudad del Cabo y ese mismo día también se hará en Adís Abeba el Menged Le Sew, o "calles para la gente" en idioma amárico, su versión etíope. Sin embargo, aún hay mucho retos: "Espero que la organización continúe, aunque el modelo todavía no es perfecto. Como no es una empresa sostenible, sigue siendo bastante inestable", dice Marcela.
Movimiento
A Marcela la acaban de invitar a París para ser parte del Grupo de Reflexión de la UNESCO sobre Cultura y Cambio Climático para hablar de Open Streets. Además, quiere crear un puente más claro entre Latinoamérica y las ciudades africanas, una especie de academia virtual que permita consolidar una red de conocimiento global sobre los aprendizajes de esta experiencia y las charlas con otros activistas africanos. El objetivo es que sirva como insumo para cualquier persona que desee llevar a cabo un evento como Open Streets en su comunidad.
El próximo domingo 29 de marzo Marcela cumple 40 años y quiere celebrarlo de una manera muy especial. Invitó a su mamá, a su sobrinos y a todos sus amigos a montar bicicleta en la ciclovía de Bogotá. "Quiero tener a varias generaciones montando bicicleta para celebrar lo que me ha inspirado tanto". Para ella la bicicleta es una herramienta que la ha llevado muy lejos, física y simbólicamente. Ahora solo espera que el día de su cumpleaños no llueva, aunque si llueve puede que sea otra «tormenta perfecta».