El vandalismo de algunos colombianos en la final de la Copa América
Destrozos, saqueo, agresiones a empleados e incitación de niños al delito en el Hard Rock Stadium.
Es terrible decirlo, pero Colombia perdió ayer antes de que su portentosa selección pisara la grama del estadio Hard Rock.
El vergonzoso comportamiento no de unos pocos, como se ha dicho, sino de cientos de hinchas colombianos es la noticia de hoy en Miami por encima del resultado de la Copa América.
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Desde luego hubo errores en los organizadores, pero ese estadio ha albergado partidos del tamaño del Super Bowl y prepara conciertos gigantescos como el de Taylor Swift, con el mismo personal, sin afrontar una situación tan caótica y salvaje como la producida ayer por los vándalos colombianos.
La organización está preparada para manejar públicos multitudinarios, pero no para encarar una asonada desarrollada por cientos de personas que burlaron los controles para entrar sin pagar tiquetes, ni respetar las mínimas normas de convivencia.
Los asaltantes pasaron por encima de empleados e incluso algunos de ellos rompieron el sistema de aire acondicionado del estadio para meterse a la brava.
Los gamberros treparon rejas y rompieron puertas para colarse. Su acción impidió que miles de personas que habían comprado costosísimas entradas pudieran ser admitidos a tiempo al juego, que tuve que retrasarse más de una hora por los desmanes que terminaron perjudicando a quienes solo querían entrar a ver un partido con la ilusión del triunfo de Colombia.
Los gamberros también arrojaron piedras a la Policía del condado de Broward que arrestó a unos cuantos y expulsó a otros que reclamaban el supuesto derecho de colarse pero que –por fortuna– no usó las armas como podría haberlo hecho ante una asonada de estas proporciones.
Entre los salvajes no había solo gente necesitada. Venían algunos ataviados con carísimos zapatos deportivos que hicieron parte de los actos de pillaje y saqueo. Solo para poner un ejemplo robaron un puesto de crispetas, no para comérselas, sino para romper las bolsas y echarse encima las palomitas de maíz.
Algunos dirán que también hubo personas con camisetas de Argentina envueltas en las acciones bárbaras. Tengo que decirlo, con enorme vergüenza, varios de ellos eran colombianos. Uno de esos tipos le pidió a mi hijo que le dejara fotografiar su boleta para colarse. Cuando le pregunté que sí estaba incitando a un menor a cometer un delito me miró con rencor y después se volteó para intentar la complicidad de otro espectador.
Otro vistiendo la camiseta de Messi, pero con un inocultable acento colombiano, usaba junto con una mujer, a dos pequeños niños para tomarse los puestos que querían robarse en una tribuna. No me lo contaron, lo vi.
Estas personas no fueron capaces siquiera de guardar silencio durante la presentación de Shakira. Las agresiones y los gritos alcohólicos continuaron sin pausa en el medio tiempo. El talento y la gracia de Shakira fueron una brisa fresca y un hermoso recordatorio de que Colombia es mucho más de lo que hacen algunos de sus hijos.
La emprendieron a patadas contra algunas escaleras eléctricas del estadio que quedaron reducidas a escombros (…) para nada. Solo para que esta horda depredadora disfrutara del inexplicable placer que les produce hacer el daño mientras están embrutecidos por el alcohol.
Es un pesar que esa sea la imagen que quedó de Colombia y de su gente. Fueron muchas más las personas que supieron comportarse pero es la acción de esos indeseables la que hoy se ve en los medios de comunicación de Estados Unidos.
La Selección Colombia fue el mejor equipo de la Copa América. La hinchada colombiana en Charlotte, Carolina del Norte, y en Miami, Florida, fue dolorosamente la peor.
Pasarán años antes de que el país logre quitarse el estigma causado por estas personas.