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¿Cambiarán los demócratas de candidato después del debate desastroso para Biden?

Por primera vez la controversia no es acerca de quién ganó sino sobre la capacidad del presidente de continuar siendo candidato

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Joe Biden. Foto: EFE/EPA/MICHAEL REYNOLDS

No había pasado nunca al final de un debate. La discusión que recorre a Estados Unidos a esta hora no consiste, como siempre, en establecer quién ganó y quién perdió el debate. Lo terrible es que muchos de quienes han sido partidarios del presidente Joe Biden empiezan a discutir la necesidad urgente de llevar otro candidato a la elección de noviembre.

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No es que tengan simples dudas de su desempeño en el debate. Lo grave es que empiezan a tenerlas acerca de su capacidad para sacar avante una candidatura y eventualmente un segundo período en la presidencia.

En la primera página de The New York Times aparece el temido título “Los demócratas hablan de remplazar a Biden en el tiquete”.

Y la verdad es que resultó angustioso el primer debate presidencial. El presidente Joe Biden –un hombre de buenas maneras y trato considerado– perdió tanto en las palabras como en los silencios.

En las palabras porque el presidente tuvo, en varias ocasiones, dificultades para cerrar oraciones o redondear ideas. Al punto que su contendor, el expresidente Donald Trump, le soltó esta afirmación: “Realmente no sé lo que él quiso decir al final de esa frase. Creo que él tampoco lo sabe”.

En el sorteo, que ocurrió días antes, el presidente Joe Biden escogió hablar de primero. Lo hizo con una voz muy tenue, rasposa por un aparente resfriado, que para algunos solo era un síntoma de agotamiento. Contrastaba el susurro de Biden con la voz firme, y si se quiere arrogante, de su contendor.

En ocasiones el presidente tosió y eso lo hizo lucir débil.

Pero como les decía, el presidente Biden no solamente perdió en las palabras, también resultó derrotado en los silencios.

Los primeros 28 minutos del debate, el presidente parecía ignorar que estaba en cámara (en pantalla partida) mientras hablaba su adversario.

La imagen que vieron millones de personas fue la de un hombre que permanecía con la boca abierta, respirando con dificultad, tocándose erráticamente los ojos o la nariz y en varios momentos mirando hacia abajo, con la actitud de un niño regañado, mientras Trump despotricaba de él.

Los gestos cautos y lentos no reforzaron la elegancia de sus modales sino que lo hicieron lucir desconectado y fuera de forma.

En contraste, mientras Biden hablaba Trump usaba gestos, muecas y y toda clase de recursos histriónicos para descalificar las afirmaciones del incumbente e incluso para ridiculizarlo.

Trump, como ha sido costumbre, incurrió en pintorescas exageraciones, imprecisiones, cuando no en francas mentiras (como decir que por la frontera han entrado millones de criminales y locos salidos de instituciones siquiátricas), sin que Biden lo atajara oportunamente o con la fuerza necesaria.

Pasaron 31 angustiosos minutos antes de que Biden pronunciara la frase “Nunca he escuchado tanta basura en toda mi vida”. Pero ya en ese momento había perdido irremediablemente la iniciativa.

Hubo algunos momentos en los que logró golpear al republicano como cuando habló de la toma del capitolio o cuando destacó “aquí el único delincuente convicto es él” o cuando afirmó que Trump se había acostado con una estrella del porno mientras su esposa estaba embarazada.

Incluso fue contundente cuando explicó “me postulé para que no elijan a este hombre nunca más”.

Trump fanfarroneó diciendo que recientemente había sido sometido a pruebas cognitivas que probaban su agilidad mental e invitó a Biden a hacer lo mismo.

A ese punto todo parecía jugado. Los demócratas miraban el reloj ansiando el final del debate al que le faltaban aún 20 largos minutos.

Cuando finalmente sonó la campana, el expresidente Trump abandonó el escenario entre grandes zancadas. El presidente Biden esperó a su esposa que vino por él. La primera dama, la doctora Jill Biden, amorosamente lo ayudó a salir del estudio mientras arrastraba sus pies.

El posdebate de los medios avanzaba en la enumeración de los momentos que acababan de ver millones de televidentes en el mundo.

Maca Casado, la vocera de la candidatura del presidente Biden explicaba que el mandatario sufría un resfriado y que quizás eso había afectado su desempeño. El agudo periodista Luis Megid de Univision preguntó “Será que podremos ver al presidente sin gripa?”.

Mientras tanto la vicepresidenta Kamala Harris reconocía ante el periodista Anderson Cooper de CNN que el presidente había tenido en el debate lo que llamó “un comienzo lento” pero le pidió a los votantes no fijarse en los últimos 90 minutos sino en los tres años y medio de su administración.

El tácito reconocimiento de la derrota de Biden por parte de su compañera de fórmula encendió como pólvora el escenario político.

Mark Buell, un prominente donante demócrata preguntó “¿Tendremos tiempo para poner a alguien más en ese lugar?”.

Otro destacado dirigente del partido de gobierno comentó: “Si yo fuera Gavin Newsom, el gobernador de Califonia, o Gretchen Whitmer, la gobernadora de Michigan, empezaría a hacer llamadas esta noche”.

Hace meses venía planteándose la discusión en las toldas demócratas sobre la conveniencia de la candidatura del presidente. Incluso algunos han mencionado el nombre de la exprimera dama Michelle Obama como la receta salvadora. Ella, de momento, no parece interesada en la nominación.

Técnicamente es factible que la convención demócrata que se reúne en Chicago el próximo 19 de agosto, elija a otro candidato. Pero en el terreno estrictamente político eso no será posible a menos que el propio presidente Joe Biden tome la iniciativa y de un paso al costado.

Como sea, el debate de anoche pasará a la historia como el peor para uno de sus participantes.

Hasta ahora el contraparadigma de los debates era el de Nixon-Kennedy en 1960, cuando un mal afeitado Richard Nixon perdió frente a un fresco y dinámico John F Kennedy. Dicen que, en esa época, los que lo vieron por radio dieron a Nixon por ganador en contraste con quienes lo vieron por televisión.

El desempeño de Nixon en aquel programa de televisión era considerado hasta ayer como el más deficiente de la historia.

Sin embargo, esto fue más grande. Muchos tenían la expectativa de que al presidente Joe Biden no le iría bien pero nadie esperaba esta tragedia de dimensiones bíblicas.

Hay un segundo debate pactado para el 10 de septiembre, organizado por la cadena ABC, dudo mucho que llegue a hacerse.

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