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Un año después del rescate de los niños del Amazonas, se revelan detalles de su hazaña

Durante 20 días, la niña mayor tuvo que hacer el recorrido de rodillas por una herida que le impedía caminar

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Rescate de los cuatro niños perdidos en la selva del Guaviare. Foto: Suministrada

El tiempo vuela. El próximo domingo, 9 de junio, se cumple un año del hallazgo de los cuatro niños huitotos que sobrevivieron al accidente aéreo en el que murió su mamá junto con el piloto y un líder indígena.

Como muchos recordarán, los niños fueron encontrados después de cuarenta días de búsqueda por parte de 92 voluntarios indígenas y de 119 miembros del Comando Conjunto de Operaciones Especiales de las Fuerzas Militares.

Once aeronaves, entre helicópteros y aviones, participaron en la búsqueda que solo vino a concretarse cuando un chamán huitoto guio a un grupo de indígenas hasta el sitio que había presenciado en una visión del yagé. A diez metros de ese lugar estaban los cuatro pequeños.

Los niños fueron trasladados al Hospital Militar Central de Bogotá y semanas después cuando estaban recuperados fueron llevados a un hogar del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, donde han recibido atención psicológica especializada y han estado al cuidado de funcionarias y madres sustitutas indígenas.

Desde ese momento, los niños han sido entrevistados en diferentes momentos por funcionarios de la Fiscalía General de la Nación dentro de la investigación por la que fue capturado el padre de los dos menores del grupo y padrastro de las mayores. También por miembros de la Aeronáutica Civil que buscaban establecer las condiciones del accidente aéreo.

El ICBF recibió varias ofertas multimillonarias para que los niños cuenten su historia con destino a películas y documentales. Estas ofertas están hechas con el compromiso de depositar esas sumas en encargos fiduciarios para que el dinero sea entregado a los pequeños al llegar a su mayoría de edad, garantizando así la mejor educación posible y una vida holgada para ellos.

Los nombres de los niños, aunque todo el mundo los sabe por las publicaciones de numerosos medios, ahora no pueden mencionarse por decisión judicial.

La niña mayor contó que el avión tuvo problemas de encendido en el momento del despegue y que oyeron con pánico la comunicación del piloto con la torre de control del Aeropuerto Vanguardia, de Villavicencio, en las cuales indicó que el motor estaba fallando.

Dijo así mismo que el capitán Hernando Murcia trató de tranquilizarlos y les pidió que se desabrocharan los cinturones porque iban a acuatizar por lo cual también abrió la portezuela por la que debían evacuar.

Según el relato todos se pusieron en posición fetal, protegiendo su cabeza, inclinados hacia adelante, como les indicó el piloto.

A ese punto, la avioneta subía y bajaba mientras el motor sonaba raro.

La mayor de ellos, que ahora tiene 15 años, contó que no recuerda el momento exacto del impacto pero que quedó herida en la cabeza y perdió momentáneamente el conocimiento. Se despertó con el llanto de sus tres hermanitos.

Cuando notó que sangraba, improvisó un vendaje con gasa que encontró en el pequeño botiquín de la avioneta y con trozos de ropa para evitar que la herida fuera pisada por insectos porque conocía el riesgo de infección.

También contó que su pie izquierdo quedó atrapado en uno de los rieles que sostenían las sillas del pequeño avión, por lo cual quedó lastimada y tuvo que dejar su zapato entre los hierros retorcidos.

Después sacó a la bebé de once meses, quien tenía problemas para respirar porque quedó aprisionada por el cuerpo de su mamá que la llevaba en brazos en el momento del siniestro.

Posteriormente sacó a sus otros dos hermanitos por la puerta de ingreso del piloto que se había abierto con el golpe.

Los cuatro niños permanecieron dos días y dos noches al lado de los restos del avión y se alimentaron con copoazú, una fruta amazónica, que su mamá llevaba en una bolsa. Así mismo, consumieron en esas 48 horas toda el agua potable que llevaban en el avión, básicamente dos botellas de 600 milílitros.

Se fueron para buscar agua, alimentos y para evitar los olores que se desprendían de los cuerpos inertes de los tres adultos. Decidieron caminar hacia el río Apaporis que habían visto desde el aire antes de la caída del avión.

Llevaron con ellos unas tijeras, una hamaca y un toldillo. Las tijeras las usaron para cortar hojas de platanillo para construir refugios. Cuando las perdieron, ustedes recordarán que fueron encontradas con los rescatistas, la niña mayor siguió cortando con los dientes las hojas.

También llevaron dos biberones, uno de los cuales perdieron y fue hallado por Wilson, el perro rastreador de los rescatistas militares.

Y una linterna cuyas baterías fallaron algunos días, pero aún funcionaban débilmente en el momento en que fueron hallados.

La niña mayor llevó la cuenta de los días trascurridos y por eso la narración tiene detalles de lo que fue pasando jornada tras jornada.

Dice el informe de los investigadores de la Aerocivil sobre la niña “Limitación grave para el desplazamiento de la sobreviviente entrevistada. Debido al edema que sufrió en la parte interior de la pierna izquierda, asociado al edema craneal y la presencia de hematomas, la sobreviviente entrevistada no lograba caminar totalmente erguida. Por esta razón se desplazó de rodillas apoyada en su cadera, valiéndose de sus dos brazos para sujetarse a la vegetación circundante y cargando a la bebé. Esta situación perduró hasta el día 20 después del accidente”.

Les confieso que me conmoví hasta las lágrimas cuando leí las difíciles condiciones en las que la pequeña tuvo que moverse por la selva y salvar a sus tres hermanos.

Como perdió su zapato izquierdo durante el accidente tuvo que caminar los cuarenta días, en medio de la espesura, con la única protección de sus medias.

En el Apaporis los niños se aprovisionaron del agua fresca y potable del afluente del Amazonas y pudieron pescar con una lanza que fabricó la niña mayor.

Como no pudieron encender fuego comieron pescado crudo una sola vez porque el sabor les repugnaba. El resto del tiempo se alimentaron de frutos silvestres, especialmente de los que comen los araguatos, los monos aulladores, que no son tóxicos para las personas.

Al tercer día de estar caminando en lo que ellos pensaban que era una sola dirección volvieron al lugar del accidente. En realidad, habían transitado en círculo.

Los aguaceros torrenciales los mantenían empapados y cubiertos de fango lo cual agregaba peso a sus cuerpos y hacía más difícil la marcha.

El niño de cuatro años, en tercero en edad, también perdió sus zapatos en la larga caminata y tuvo que seguir descalzo desde el día 9.

La más pequeña alimentada exclusivamente de agua lluvia después de que se acabó la leche de fórmula estaba resfriada pero los otros tres niños no se contagiaron.

Diez días del accidente oyeron por primera vez el perifoneo, con la voz de su abuela en español y en la lengua huitota, amplificada desde los helicópteros que los buscaban, pero el follaje les impedía ver las aeronaves.

La niña mayor aseguró que en muchas ocasiones oyeron voces cerca pero que no se acercaron porque no sabían si podía significar un peligro para ellos.

Jamás vieron a Wilson, el perrito rastreador, solo tapires, serpientes y una tortuga enorme.

Los niños dicen que nunca encontraron los kits de alimentación que arrojaron desde el aire para ayudarles en su supervivencia y que solo el día 30 hallaron un volante que les indicaba que permanecieran quietos en un sitio para encontrarlos.

Por eso los últimos nueve días estuvieron en el lugar donde los hallarían los indígenas.

Ninguno de los niños declaró haber encontrado duendes o presencia sobrenaturales como las descritas por los adultos indígenas que los hallaron finalmente el 9 de junio del año pasado.

Los niños reconstruyeron el doloroso momento del accidente en una especie de maqueta construida por ellos y por la psicóloga que los ha tratado durante este tiempo para que superen las experiencias traumáticas que vivieron.

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