Réquiem por el poeta Eduardo Escobar: “Soy un santo libidinoso”
Entrevista nadaísta con el bardo y columnista antioqueño, fallecido a sus 80 años en una clínica de Envigado.
Lea aquí el artículo completo de Ricardo Rondón.
Eduardo Escobar, uno de los grandes pilares del Nadaísmo, podría padecer una que otra las quejumbres de la vejez, pero no la vejez. Por el contrario, a su considerable edad le saca el cuerpo a los viejos, por más amigos que sean, dice, lo deprimen.
Por eso se hace acompañar de nínfulas treintañeras con las que comparte el verso, el pan y el vino, y a veces un solaz de hamaca en la terraza de sus quimeras que es su finca ‘La Trapa’, en el municipio de San Francisco (Cundinamarca), donde en la soledad escribe, ama y pernocta desde hace más de veinte años.
Poeta mayor del movimiento transgresor y contestatario que fundó en los años 60 el fallecido profeta Gonzalo Arango, Escobar da cuenta de una vitalidad atortolante, como la de disfrutar en la cantina del pueblo de una bohemia de rocola y aguardiente hasta la madrugada, tomar su jeep de regreso a casa por un camino estrecho y escarpado, darles de comer a sus cuatro mastines, dirigirse al estudio donde trabaja, encender su cigarro con pitillera y ver completa ‘Fanny y Alexander’, esa joya de Ingmar Bergman, un director que ha retomado con atención y deleite.
Eduardo lleva una dieta de anacoreta. Escasamente come. Lo hace una vez al día. Una sopa con buen recado le basta. O, medio mondongo con porción de arroz y carne molida en una fonda de carretera, cercana al municipio de La Vega. Un par de cervezas frías para nivelar la resaca, y un llamado urgente a su vecina de confianza, Diana Carreño, viuda a los 32 años, son suficientes para estar de nuevo en forma.
Autor de una veintena de libros, una novela inédita, ensayos, poemarios, manifiestos, crónicas, perfiles, cientos de columnas en El Tiempo, algunos títulos de la primera etapa del poeta de Envigado (Antioquia), como ‘Fuga canónica’ y ‘Cucarachas en la cabeza’, escasean en las librerías modernas, salvo en las de anticuario.
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Como la romántica Merlín, en el sector de los libreros del centro capitalino, donde Alejandro Bejarano, su dependiente, desempolva entre incunables una edición de ‘La invención de la uva’, su primer libro de poemas, de 1966; otra de ‘Buenos días noche’, de 1973; y una más de ‘Confesión mínima’, de 1975, donde aparece en portada una foto de Escobar, mezcla de hippie y santo, retrato fidedigno de esa época turbulenta de rebeldía y desmitificaciones que fue el nadaísmo.
Prueba de ello, uno de sus poemas demoledores:
Señor, tú que no te afeitas con Gillette/ Que no te lavas la cara ni los dientes/ Que no usas vestido ni zapatos/ Que no te dejas ver a los ateos/ Déjate ver de mí/ Ven y juguemos/. Acariciemos juntos las serpientes que tocan su cascabel/ Leamos juntos la vida de Tarzán, sus inquietudes/. Déjate ver de mí/ Ven y juguemos/. Te pido hace dos años/ No has venido, Señor/. Mejor no vengas/ Que te escupo.
Trashumante desde la adolescencia, luego de desertar de los aposentos del Seminario de Yarumal , poeta mil oficios, Escobar no ha dejado un sólo día de leer y escribir, alterno a los quehaceres que buena o medianamente le han dado para subsistir: mensajero de banco, ayudante de supermercado, fabricante de lámparas y de estuches de joyería, artesano de la madera y el cobre, editor de libros y revistas, locutor y productor de programas de radio y televisión, publicista, anticuario, tabernero, criador de gallinas y abejas, y hasta cultivador de papas, tomates y hortalizas.
“Es que no he sabido quedarme quieto -recalca-, aunque a estas horas el legendario Beremundo el Lelo fue un simple holgazán que vivió de gorra, sin oficio ni beneficio para nadie”.
Pero su escepticismo y su visión profunda de la vida y del hombre, específicamente de la palabra, de los bemoles de la literatura y del Nadaísmo, que ha plasmado en ensayos como ‘Cuando nada concuerda’ (Siglo del Hombre), no le resta el agudo humor y desparpajo con que, a la orilla de sus 80 años, se toma la existencia sin resentimientos, con la convicción de que “ese infierno que nos inventamos para no renunciar al optimismo de que existe un lugar peor que el mundo como lo hemos hecho”, sólo puede ser redimido por la poderosa fuerza del amor.
Y, Eduardo Escobar, en su soledad monástica, es un enamorado impenitente.
-”Yo era un adolescente sin esperanzas y feliz de carecer de ilusiones. Fungía de poeta”, dice usted en uno de los capítulos de ‘Prosa incompleta’. A los catorce años ya estaba enfermo de poesía. ¿Cómo fue su bautizo con la poesía?
Dicen que se nace poeta. Yo no sé. Sé que el gusto por el misterio de las palabras nos toca a todos desde la primera infancia. Algunas de las oraciones que nos hacían rezar a los niños de antes, antes de acostarnos, eran verdaderos poemas a los ángeles y a las vírgenes. Y estaban los cuentos de familia que se echaban los adultos. Y las fábulas de los primeros libros que nos regalaron…
Muchas cosas ayudaron a afinar y educar la sensibilidad. La poesía está presente en la vida desde siempre. Pero por cualquier razón algunos pasan a su lado sin advertirla. Es una desgracia, como dijo el poeta Jaime Jaramillo Escobar, que algunos pasen por este mundo sin preocuparse por saber a qué sabe.
-En su caso, ¿fue primero la poesía que el sexo? No me diga que su “desfloración” intelectual fue con Alejandra Pizarnik... ¿O acaso con Safo de Mitilene?
Nacemos sexuados. Y el instinto amoroso nos acompaña desde temprano. El olor de las primas mayores, la presencia de las tías con sus cabelleras y sus escotes, y el placer que los niños normales sienten cuando los alzan las amigas de la familia. A Safo y a Pizarnik las conocí mucho más tarde, claro.
-Pero también se erigían en pantalla Marilyn Monroe, Ava Gardner, Rita Hayworth y Vivien Leigh. ¿Cuál de todas le hizo empuñar con heroísmo la diestra en los ardorosos años de la adolescencia?
El cine, más allá de las excitantes películas de aventuras de Tarzán y la versión yanqui de La Odisea con Kirk Douglas, debió contribuir también al lento y delicioso descubrimiento de la sensualidad. Pero mis actrices, las que más me inquietaban, eran otras: la Lollobrigida… y la mejicana Silvia Pinal y Diana Dors, casi todas pechugonas, cuyas fotografías, sacadas de la revista Visión, pegaba en un cuaderno que guardaba bajo la almohada”.
-¿Qué recuerdos resume del teatro de Envigado donde se dejó seducir por el milagro del cine?
“Iba poco a cine en Envigado. Y en general, no fui jamás un apasionado cinéfilo, como se dice… El cine comenzó a interesarme cuando ya estaba militando en el nadaísmo y comenzaron a llegar las películas de la Nueva Ola francesa y los tratados filosóficos de Ingmar Bergman, a quien estoy revisando otra vez por internet, con más provecho que entonces.
Hay que haber vivido, supongo, hay que haber sufrido para entender de veras a Bergman. Es una especie de Shakespeare de la historia del cine. Magnífico y profundo. Es una lástima que a los muchachos ahora los despisten con las guerras de las galaxias y las fantasías de Matrix.
El cine acabó por convertirse en otra alienación vía Hollywood. Y por eso se sabe que los senadores y los expresidentes y los ministros se divierten jugando los juegos que les ofrecen en la red. La gente ya no madura. Protegidos por sus padres hasta que comienzan a envejecer, tal vez por eso existe tanta corrupción: porque la mayoría de los hombres se muere sin haber superado el egoísmo del adolescente.
-¿Cuáles fueron los primeros libros que llegaron a sus manos?
En la infancia, los cuentos de los hermanos Grimm. Fue un libro que me regalaron cuando hice la primera comunión. Y en el seminario conocí a Emilio Salgari, un italiano fantasioso, el creador de Sandokán, que fue el autor que me envició a la lectura para siempre. Y de Salgari salté a Dickens a los doce años. Y de ahí para adelante jamás he dejado de leer ni un solo día en mi vida.
-¿Leía a Vargas Vila a escondidas en el baño, cuando no Playboy?
“Playboy, que yo sepa, no llegaba a Envigado cuando yo vivía mi pubertad. Vargas Vila, desde que lo conocí, en la adolescencia, me pareció fatal, un escritor inflado de vanidad, un mártir espectacular, que hacía de su vida un circo. Lo detesté siempre. Jotamario Arbeláez lo comparó con Fernando González… pero debe ser porque Jota no ha leído en serio a Fernando González. Fernando González es un escritor esencial, que los colombianos deberíamos convertir en imprescindible. Vargas Vila, oropel, ramplonería de lupanar. Apenas un personaje pintoresco que no merece un lugar en la historia de la literatura.
-Dicen que era un angelito luciferino de bucles rubios y mirada de basilisco, pero también solitario y desamparado. Fuera de los libros, ¿en qué más se refugiaba?
Los libros fueron siempre un espacio alterno de mi vida. Pero jamás fueron para mí un refugio contra la vida sino una forma de ahondar en la vida. No leo para divertirme. Sino para enriquecerme.
-¿De dónde esas aspiraciones hacia la santidad como para haberse decidido por el seminario? ¿Es verdad que quería ser papa?
“Mi familia era muy religiosa por la línea paterna y por la línea materna. Había mucha gente de iglesia en mi familia. Y yo fui un niño muy religioso, en consecuencia. Y al mismo tiempo un niño de trastiendas perversas plagadas de demonios por dentro y de pequeños odios y terrores.
La santidad ha sido siempre mi vocación, aunque jamás haya pasado de ser un aspirante libidinoso a la purificación. Y sí, quería ser papa… el primer papa latinoamericano, y la gente se burlaba de mis aspiraciones ingenuas, esos días cuando los papas eran italianos todos. Es que la gente que me rodeaba decía algo que yo quizás preludiaba en mis sueños: que había un argentino haciendo cola.
-¿Qué le dejó el seminario?
El seminario me enseñó a tomarme la vida en serio. Y esa sombra de Dios, que es indeleble, imborrable para siempre cuando ha conseguido inquietarnos. Y sí, el gusto por el conocimiento.
-¿Quedan amigos vivos de aquella época de beatitud y encierro?
“No. Todos mis verdaderos amigos ahora están muertos, aunque muertos a medias, porque en mi vida de sobreviviente continúa en cierto modo el diálogo con ellos. Y la cautela que pongo en no decepcionarlos.
-¿Hubo flirteos con algún efebo empecinado en transmutarse en arcángel a fuerza de oración y penitencia?
Jamás le hice avances a ningún efebo por santo que aparentara ser. En el seminario donde estuve, el de Yarumal, todo era muy serio, hasta donde supe. Mis maestros eran unos muchachos viriles y virtuosos, entregados a su misión salvadora.
-¿Cuáles eran las dudas más urgentes que lo asaltaban de muchacho?
Las mismas que ahora. Por qué hay cosas y no más bien nada. Por qué pensamos. Quiénes somos. En qué consiste lo que llamamos realidad. Qué significado tiene este universo inconmensurable, sin fondo, en fuga de sí mismo. Y cómo es que todo pudo tener origen en un punto invisible que lo contenía virtualmente.
Es extraño que el Dios del seminario, incalificable, imponderable, invisible y actuante, se parezca tanto a lo que los físicos de hoy llaman La Singularidad. Tal vez el teólogo antiguo anticipó el conocimiento de ahora con sus abstracciones poéticas.
-Qué le inspiraban esas imágenes de yeso de los altares, las procesiones de Semana Santa, la solemnidad de los oficios, la comunión, la castidad
Todo formaba parte de una aventura. La estética y el deber. Las aspiraciones y el vuelo de campanas. El misterio de la transubstanciación. Y el empeño en la castidad y la mansedumbre y la caridad. La liturgia tiene un elemento teatral, una solemnidad que ayuda a mantener la dignidad del ser.
-¿Hasta qué edad fue casto?
La castidad es un concepto relativo. Hay personas como yo que podemos acostarnos con una mujer, con perfecta inocencia, respetándola como un ser sagrado, aceptándola como un regalo, y hay personas reprimidas, retorcidas, que ensucian todo lo que ven, lo que tocan, y lo que piensan.
-Quizás la iglesia perdió un pontífice, pero la literatura ganó para Colombia uno de sus firmes bastiones. ¿De qué manera lo sedujo Gonzalo Arango para reclutarlo en las huestes del Nadaísmo, a contracorriente de su familia?
Yo busqué a los nadaístas, ellos no me buscaron a mí. Y pronto me hice muy amigo de Gonzalo Arango, primero, y después de Amílcar Osorio, dos personas que amé mucho y me amaron mucho y que sigo amando y quizás me siguen amando desde su clausura en el reino de los invisibles.
-Gonzalo, como tenía mucha cosa en la cabeza, le puso a usted un ‘padre sustituto’: Amílcar Osorio. ¿Por qué terminó obedeciendo más al poeta marihuano que a su papá biológico, don Germán Escobar, empleado del Banco Industrial Colombiano?
El Nadaísmo canceló mucho tiempo mis relaciones con mis padres, que me expulsaron del hogar a las tinieblas exteriores, a la calle. Y los nadaístas se convirtieron para mí en una familia sustituta. Pero hay que aclarar una cosa. Yo le enseñé a Amílcar a fumar marihuana. Y no le gustó. Y Gonzalo Arango la conoció ya pasados sus cuarenta años, cuando yo ya estaba de regreso y me había desinteresado de la hierba maldita.
-Sagitario, su signo en el Zodiaco, no puede ser más preciso con usted: errante, aventurero incorregible, creativo, laborioso, inquieto ante todo riesgo, divertido, sin ataduras, mujeriego, infiel, libidinoso irreductible, nómada y proclive a las adicciones. ¿Falta algo?
El reconocimiento público de mi dignidad… y la riqueza, el plutonismo.
-¿Qué cuadre de caja hace hoy con el amor?
Estoy profundamente enamorado de una mujercita con novio. Hermosa, inteligente y dulce. Es una relación muy bonita y muy trágica, porque le llevo treinta y cinco años… Pero a ella parece no importarle y yo siento como un honor cuando me dice: ‘ayer estuve pensando en ti’. O, ‘cuando te veo, algo hace clic en mí’. Es mucha gracia para un ángel viejo como yo, que ha perdido ya todas las gracias físicas de su adolescencia y ya tiene mustias las alas. Ojalá me dure esa amistad. Es lo único que quiero ahora.
-Ha dicho que “no hay nada que lo ponga a uno a decir más huevonadas que el amor”. ¿Cuántas cartas y sonetos, acaso una novela, dan cuenta de ese itinerario sentimental?
Yo, como todo el mundo, he caído en la ridiculez, en el esfuerzo por rendir tributo al amor. Pero, qué importa…
-¿Por qué no le duran las mujeres?
Esto habría que preguntárselo a ellas. Pero en cierto modo me duran. Me siguen queriendo a distancia, por lo que sé… Y doliéndose de mí y haciendo mis alabanzas, según el día y la hora. Las mujeres son muy volubles, como se sabe, animales lunares.
-¿Es cierto que el escritor Manuel Mejía Vallejo le quitó su primera novia, Amparo, o sólo es un desvarío de Gonzalo Arango en su ‘Biografía de un santo sin aureola’?
No, mi primera novia se llamó Ana, y sí, se me fue con Manuel. Pero después volvió. Para volver a irse, claro… Aún nos vemos a veces. Y la sigo queriendo de un modo incomprensible. Gonzalo era un gran inventor de cosas. En el fondo, creo que intentaba hacer con su inventico del nadaísmo una mitología.
-¿Qué ha buscado en las mujeres y que busca usted en ellas?
La ternura de la carne, el olor de la manzana, la música de la voz femenina… Y a Dios, quizás. Fernando González dijo que Dios se escondía en las muchachas. Y quién sabe, las mujeres son maravillosamente misteriosas.
-¿Ha tenido las mujeres que ha querido?
Digamos que muchas se han escapado de mis redes. Pero en el recuerdo de la frustración, las que no pude poseer se mantienen vivas como un deseo. Y deberían agradecerme esta forma de la inmortalidad que les concedo.
-¿Cómo es ser novio al borde de los 80 años?
Dulciamargo.
-¿Será cierto, como dice el escritor Manuel Vicent, que “uno está acabado cuando la belleza lo pone triste”?
Entonces yo estoy acabado desde el principio. La belleza siempre me entristeció. La sensación maligna de que jamás poseemos por completo una mujer, aunque la tengamos entre nuestros brazos, en una cama. La imposibilidad de la comunicación perfecta. Y la conciencia de que somos mortales por más que nos juremos amores eternos.
-Ana, Inés, Mechas, Mariela, Betsabé, Diana, ¿quiere usted completar, como en el tango, la larga cadena?
Mi poema de los amores realizados debería completarse con el de los amores imaginarios. Y es una tarea imposible… o en todo caso, dispendiosa.
-¿Qué malas hierbas hay ahora mismo en el solar del poeta?
Fui muy aficionado al desarreglo de los sentidos en mi adolescencia y mi juventud. Ahora soy mucho más parco. He querido tomar yagé hace muchos años, pero me huye, se me esconde.
-¿Puede haber hoy una droga más poderosa que la televisión, y hoy por hoy, el fluido cibernético?
La televisión que vemos, casi siempre es mucho menos inteligente que el aparato emisor. Pero también el cine que vemos y los libros que leemos y… todo. El fluido cibernético es otra cosa. Es un gran milagro la biblioteca infinita..
-Alguna vez dijo que por el ácido lisérgico había conocido la divinidad, pero también el terror demoníaco. En ese viaje de sicodelia ¿cómo vio a Dios y cómo al diablo?
A Dios lo vi como la armonía universal, como un recogimiento amoroso que abarcaba todo, desde el núcleo de la célula hasta la última estrella. Música callada. El diablo es la fealdad, el miedo, la desesperación de la exclusión. La miseria del bufón hambriento. En mi libro de ensayos, ‘Cuando nada concuerda’, tengo dos artículos más bien extensos sobre estos dos invitados en la historia del hombre.
-¿Cómo ha salido de esos laberintos de la inconsciencia?
La buena suerte me ha salvado. Y el dios interior que a todos nos asiste. O por lo menos a los que no nos hacemos los sordos.
-¿Se ha asomado al borde del precipicio del crimen?
Solo por curiosidad. Llevé una adolescencia atorrante, demencial y suicida que me ayudó a formar el alma que tengo.
-Claro, el suicidio, como cuando perdido en la selva, casi se lo trastea el maligno. ¿Quién lo rescató de ese limbo?
La psiquiatría siempre es una ayuda cuando falla la voluntad de vivir. La solidaridad de una mujer y la perspicacia de un amigo siquiatra me salvaron del hoyo de la paranoia en aquella crisis, después de una larga estadía en el Putumayo.
-¿Ha sucumbido a la fiebre del opio?
El opio también se me escabulle siempre… Me encantaría probar el opio. Debe ser un entresueño magnífico.
-¿Cómo lo pone hoy la marihuana?
La marihuana es apenas un roce elegante con el submundo. Ahora siembran esa que llaman cripi y que más que apaciguarnos nos irrita, nos inquieta. Me gustan más las yerbitas normales que siembran nuestros campesinos normales.
-¿También la utiliza en pomada para aliviar coyunturas y articulaciones?
Soy una persona muy sana. Por fortuna todavía no me aquejan esos males de la vida vivida.
-¿Entonces sólo le faltaría probar el yagé y el peyote?
¡Ah!… el peyote. Hay mucha cosa que nos falta por probar. La farmacopea de aquellas sustancias reveladoras que nos conducen a la realidad encantada, es casi infinita.
-¿Cómo se imagina el viaje sin regreso para el que todos estamos programados?
Eso espera. Ahí está, vigilando siempre. Y es una insensatez tratar de preimaginarlo.
-¿Cuál es su idea de Dios?
“Dios es una idea poderosa. Ahora mismo hay un montón de locos matándose por sus dioses… Dios existe, dijo Descartes, puesto que nosotros, que existimos, lo pensamos. Más claro no canta el gallo de la pasión.
-¿Qué puede haber más allá de la muerte?
Me gusta lo que dijo Fernando González: ‘Y para dónde nos van a sacar de la vida… si cuando cadáveres estamos viviendo como cadáveres… y cuando polvo, como polvo…’. No nos pueden sacar de la vida. Todo lo que existe ahora, existía desde siempre, si existe una lógica, y seguirá existiendo para siempre… Supongo que la nada, que era La Singularidad, ya nos pensaba, ya nos contenía como un huevo a la espera del día de la manifestación.
-¿Cuál es su teoría científica del universo?
El universo sigue siendo una hipótesis. Apenas estamos saliendo del huevo de lo inerte a la conciencia plena.
-Usted ha sido un estudioso constante del cerebro. ¿Qué es lo que más lo asombra de ese universo?
Somos el instrumento a través del cual la materia se conoce, se pesa, se mide, se hace consciente de sí misma, se canta y se abraza.
-También ha abonado en terrenos del esoterismo, incluso es supersticioso. Me dijo alguna vez que le crepitan las células con las mujeres Géminis. ¿Cree en hechizos, pócimas y transfiguraciones del espíritu?
Eso es muy misterioso en mi vida. Casi todas las mujeres que amé y que amaron o dijeron amarme, fueron Géminis.
-¿De dónde ese espíritu joven, lúdico, cuando dice que le deprimen los viejos?
Es que la vejez es otro concepto relativo. Conozco muchos jóvenes que ya parecen unos muertos. Y he conocido muchos viejos, como Fernando González que, a pesar de los achaques, parecen como si acabaran de nacer.
-¿Le han dicho que usted parece un adolescente octogenario?
Esa es una buena definición para mí. Un adolescente de 80 años, lleno de ilusiones todavía, lleno de intereses, de cosas por resolver.
-Parafraseando al artista Norman Mejía, ‘¿perdiendo el tiempo se ha ganado la vida’?
Bueno, he tratado de hacer lo que me ha dado la gana, sin atender al respeto humano y he tratado de pensar mi vida por mi cuenta y riesgo.
-De los múltiples oficios que ha hecho, ¿cuál de todos ha sido el más rentable?
Ninguno. Norman Mejía también solía decirme que el peor negocio es cualquier negocio. Tuve un café, el Café de los poetas, el primero de los cafés culturales en Colombia, y no me dejó plata, pero me divertí mucho. En ese sentido es el mejor negocio que hice, aunque también acabó en bancarrota.
-Pero la poesía, la literatura, le dejó sus buenos dividendos cuando editores y directores de medios sabían valorar y remunerar bien la palabra. ¿En qué momento la poesía perdió interés en los editores que se resisten a publicarla?
A mí la literatura me ayudó a vivir, pero casi siempre tuve que trabajar en otras cosas. Esperemos que la poesía, que ahora es ese babosear que se estila en los festivales de poetas donde todos dicen las mismas pendejadas, despierte un día renovada, a decir el mundo, cuando comencemos a digerir el nuevo orden cibernético que apenas se inicia.
-¿Y en qué instante se hundió el barco ebrio del Nadaísmo?
El nadaísmo fue una cosa muy efímera, una especie de coitus interruptus. Para mí el Nadaísmo fue el de los primeros años de Medellín, cuando éramos inconscientes de lo que hacíamos. Después se volvió un modus vivendi, un espectáculo, una especie de profesión, una maquinación.
-¿Cree que hoy en día hay jóvenes que siguen esas huellas? ¿O se puede decir que el nadaismo fue un movimiento del pasado?
Esa postura que los nadaístas encarnamos es intemporal y vuelve siempre bajo distintos nombres. Digamos que los profetas como Jeremías, éramos nosotros… y Jesús y Francisco de Asís y Artaud y Ginsberg y Kerouac… eran lo que fuimos nosotros. La protesta del alma lastimada por la hipocresía, y el sinsentido.
-¿Por qué nunca pudo publicar ‘Ejemplos de anamorfosis’, su primera novela? ¿De qué habla ella?
Es una historia muy intrincada y muy bella que voy a retomar algún día. Es un párrafo de cuatrocientas páginas que narra la vida de un muchacho que nace con el lomo impoluto en un pueblo de jorobados.
-¿En qué estaba pensando cuando se le vino a la cabeza ‘La invención de la uva’, su primer poemario?
Esos poemas los hice porque sí… surgieron en el fondo de un muchacho que se aburría en Medellín.
-¿Y cuando escribió ‘Cucarachas en la cabeza’?
Ese poema fue inspirado. Lo escribí de un tirón. Y un amigo mío que además es un gran poeta dice que es un poema esencial en el siglo XX colombiano. A lo mejor es así.
-Uno de sus mejores títulos es ‘Vámonos de fracasos por el aire desnudo’. Eso ya es un poema...
Y el poema es un poco gongorino, según recuerdo.
-’Fuga canónica’, ¿quizás el libro de sus mayores afectos?
Ese es un libro hermosísimo que pasó casi desapercibido, pero que volvió a ponerse de moda, transitoriamente. El Chapín Quevedo, un músico bogotano del siglo XIX. Eso lo justifica. Quizás lo reescriba. He acumulado desde entonces mucha información sobre la historia de la música en América desde los precolombinos.
¿Por qué dice que su libro de ensayos, titulado ‘Cuando nada concuerda’, no es una obra para todo el mundo?
Creo que lo disfruta mejor una persona que haya leído mucho la literatura de la modernidad. Es una guía de lecturas, digamos… Y el titulo quiere decir que es la crónica de un tiempo cuando la palabra nada era lo único concordante con el mundo.
-Después de todo, como decía Sartre, ¿será que ahora somos más desgraciados, pero más simpáticos?
Eso era en tiempos de Sartre… ahora somos más desgraciados, pero más bobos. Basta ver la literatura que hoy triunfa, la pintura que se exhibe en las galerías, el cine que hace las delicias de la gente… la música que se oye.
-¿Sigue leyendo a Albert Camus?
Ya no. Esa gente ya dijo lo que tenía que decirnos.
-¿Y a Vladimir Mayakovski?
A veces vuelvo a sus poemas de cinco en cinco años.
-¿Qué le gusta de Barba Jacob?
Barba tiene un poema, ‘Los desposados de la muerte’, y una docena de versos que lo salvan de ese modernismo de cacorro ilustrado que lo mató.
-¿Y de Rogelio Echavarría?
‘El poema de los jubilados’.
-¿De León de Greiff?
León de Greiff es el gran poeta colombiano de todos los tiempos. Pero más que eso. Los relatos son grandes poemas en la literatura castellana. Es un personaje singularísimo y complejo, con su desfile de heterónimos y soles sonoros y ríos y mujeres de nombres exóticos.
-¿Cómo son sus afectos por la obra de Mario Rivero?
Mario, envigadeño como yo, tiene un montón de poemas muy bellos. Era un vividor con una sensibilidad innegable, que hizo una síntesis a veces muy sabia entre la poesía china de la antigüedad y la norteamericana del siglo XX.
-¿Qué rescata de Cobo Borda?
“Cobo ha sido un gran divulgador de la cultura. Ha empleado bien su vida en la reseña de la vida cultural del siglo XX en Latinoamérica.
-¿Y de Jotamario Arbeláez, su compañero en la justa nadaísta?
Me gustan sus poemas de juventud.
-A propósito, ¿a cuántos nadaístas ha enterrado ya?
Cuenta larga.
-¿Vive aún Elkin Gómez?
Elkin se me murió aquí, en mi casa, hace años, cuando yo ya estaba a punto de enloquecerme con él. Era un huésped impotable.
-¿Cómo recuerda a Raúl Gómez Jattin?
Como un gran animal vociferante y estentóreo que además fue un gran poeta. El mejor de los poetas posteriores al nadaísmo.
-Ustedes, los buenos poetas, son quienes deberían oficiar la misa de los domingos, porque la de los católicos ya se torna reiterativa, y casi siempre aburrida… ¿No le parece?
Puede decir así. El ritual católico se ha vaciado de contenido, pero una misa bien entendida sigue siendo la reelaboración de un mito maravilloso, triste y con un buen final.
-¿Cuánto hace que no se confiesa?
Con un cura, no me acuerdo… Pero a veces uno se confiesa con las mujeres entre dos coitos.
-¿Cuáles podrían ser sus pecados mayores?
Yo no peco. Yo vivo lo mejor que puedo mis equivocaciones. Y mis tendencias. Soy un santo libidinoso.
-¿Y de los capitales?
Soy inocente como una piedra a la deriva.
-¿Tiene fresquitas las oraciones que doña Elisa, su mamá, le inculcó desde niño?
Lástima que se me han ido olvidando. Había unas muy hermosas.
-Cuando siente temor en la soledad de su finca, en esas noches de tempestad y truenos, ¿se larga a rezar padrenuestros y avemarías?
No temo a las tempestades.
-¿Cuáles son los temores que hoy más lo asaltan?
Soy un indolente.
-¿Con cuántos aguardientes queda listo para irse a la cama?
“Unos pocos son suficientes. Detesto la borrachera.
-¿Sus cuatro perros lo asisten en el sueño?
Mis perros son mis ángeles de la guarda.
-¿Qué recomienda para recuperarse de una resaca nadaísta?
El bloody Mary… o en su defecto, echarse a morir en una hamaca hasta que el hígado tenga la bondad de desintoxicarse.
-Ya sabe qué es criar un marrano para llevarlo al desolladero, también le es familiar un manicomio, como cuando se pasó por loco para escribir una crónica memorable en Soho. ¿Qué más le falta por hacer?
Quiero un yate y un avión pequeño para llevar de paseo a Marcela.
-¿Le quedan amigos del pasado, o como decía el poeta Julio Florez: “¿Amigos?, no hay amigos, es mentira, la amistad verdadera es ilusión”?
Un amigo relativo me enseñó que existen dos clases de amigos: los buenos y los malos. Y todos son imprescindibles en una vida vivida a plenitud. Los malos amigos a veces son los mejores.
-¿Cuándo fue la última vez que visitó al médico?
Después de que me sacaron un meningioma del tamaño de una mandarina, hace como diez años.
-¿Hoy se queja de algo?
Me quejo por costumbre, para alejar a los envidiosos. O por compasión con ellos.
¿Ve bien?, ¿oye bien?
Soy capaz de leer a oscuras… y una de mis actividades habituales es escuchar música, cuartetos de cuerdas, sobre todo.
-¿Cómo le va con el sexo?
Vivo en un apartamiento tan casi perfecto, que ahora mismo me parece que he recobrado mi virginidad.
-¿Qué chocheras le viven restregando las mujeres con las que ha vivido?
El gusto por la soledad es mi chochera desde hace mil años.
-¿Qué es ser viejo?
La vejez no es más que la falta de intereses, cuando dejamos marchitar el cerebro.
-¿Cuál es la más terapéutica de las músicas?
“El jazz… el buen jazz de Miles Davis y Thelonius Monk, por ejemplo. Enjuaga los pecados del alma, la desanquilosa.
-¿Cuáles son los tangos que más tararea de Virginia Luque, una de sus favoritas?
Me gustan mucho los tangos. Me sé todos los tangos. Y los canto bien. A Virginia Luque la conocí no hace muchos años… Me gusta como canta ‘Soy un arlequín’.
-¿Y de Gardel?
Dicen que Gardel canta mejor todos los días… Pero me gusta más el de antes de que los gringos lo cooptaran y lo pusieran a cantar canciones higiénicas con orquesta.
-¿Tiene tangos suyos inéditos?
En el nadaísmo el de los tangos era Mario Rivero. Pero claro que me gustaría componer un tango algún día.
-Como buen antioqueño, ¿le gusta la música de carrilera?
Me parece espantosa la música de carrilera. En cambio, me gustan los bambucos de Obdulio y Julián.
¿Qué tal le va como bailarín?
Soy un bailarín desafinado, de canilla floja. De diez en diez años… sin embargo me sale el ángel en alguna fiesta de familia y no lo hago tan mal.
-¿Para qué ha sido un desastre?
“Somos un desastre. Todos. Pero un hermoso desastre.
-¿De qué se ha venido desprendido?
Es que nunca he tenido muchas cosas que me sobren… De vez en cuando purgo mi biblioteca y me desprendo de los libros malos que se van colando.
-¿De qué se arrepiente?
De haber hecho sufrir a las mujeres que me amaron.
-¿Qué es lo primero que hace cuando se despierta?
Encender un cigarrillo y pronunciar el nombre de esa mujer…
¿Cree, como los viejos de antes, que el mejor lugar para guardar el dinero es el colchón?
Tampoco me ha sobrado el dinero. Como todo pobre, volador hecho, volador quemado.
-¿Qué es el fracaso, maestro?
Todo es fracaso. Sobre todo, el éxito vano… No hay que temer al fracaso. Frente a la muerte, dijo el apóstol, no hay victoria.
-¿Cómo observa el país que nos acontece?
“Todo es episódico. El país, poco o nada, tiene que ver con el estado de mi alma.
¿Usted si cree que llegue a buen término el prolongado proceso de paz?
La guerra es una constante… y a los colombianos ya nos encontraron los españoles matándonos… la guerra será superada por un proceso… que quizás tarde todavía.
-¿Repasa la páginas de los obituarios?
No me interesan los muertos, si no el hecho de que somos mortales y lo que esto significa.
-¿Se resiste a asistir a pompas fúnebres?
No me invitan casi nunca a funerales. Y cuando hay alguno, siempre puedo contar con la representación de mi amigo Jotamario.
-Sigue teniendo fe de que en cualquier momento se va a ganar el Baloto…
Eso está escrito desde el principio de los tiempos. Yo solo tengo que usar la constancia… y cinco mil pesos.
-¿Cómo es su ritual en la hamaca que tiene guindada en su finca?
La hamaca me sirve para pasar los guayabos suspendido sobre el abismo de los ahorcados… y para contemplar algunos crepúsculos cuando me parece que vale la pena ver cómo se consumen.
-¿Piensa a menudo en la muerte?
La muerte es hermana mía… mi hermana gemela.
-¿Se ha imaginado de qué manera lo sorprendería?
Le dejo la ventaja de la sorpresa…
-¿Le gustaría que lo despidieran con la 5° Sinfonía de Malher o con el Adagio de Albinoni?
Con el Réquiem de Mozart… o con el de Paderewski, que es más patético y sirvió para hacer rabiar a los estalinistas en los funerales del martirizado cardenal Mindszenty.
-¿Ya tiene pensado su epitafio?
Eso ya no se usa. Ahora te queman y te mandan para la casa.
-¿Repetiría esta vida?
Cómo no. No me pareció tan pesada como un valle de lágrimas, aunque a veces me hizo llorar.
-¿Qué será al final de cuentas el cielo, y qué el infierno?
Supongo que el infierno es el lugar a donde van los pesimistas, para concederles la razón… y del cielo no hablemos, que de pronto se nos cae encima.