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Historia de la equivocación presidencial sobre rescate de los niños del avión accidentado

Las esperanzas permanecen vivas y el paradero de los pequeños indígenas continúa siendo incierto.

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Último hallazgo de los menores que iban a bordo de la avioneta accidentada en Guaviare. Cortesía: Fuerzas Militares.

Aparentemente, todo empezó con el trino de una cuenta falsa. Alguien le mostró o el presidente Gustavo Petro vio por él mismo un tweet salido de una cuenta que en apariencia era la del ministro de defensa Iván Velásquez.

En contexto:

La cuenta se llama @MinistrDefensa y arriba aparece el nombre Iván Velásquez Gómez. También en letras muy chiquitas –como la de los contratos leoninos– hay cuatro letras desperdigadas: la efe, la a, la k y la e. Es decir, la palabra “fake”.

Es fácil no verla. El trino falso arrancaba con signos de admiración como esos titulares amarillos que se han puesto de moda: “¡Gran noticia! Hemos encontrado con vida a los 4 niños que habían desaparecido luego del accidente aéreo en el Guaviare. Infinitas gracias a nuestras fuerzas militares por su valiente labor de búsqueda y rescate”.

El trino estaba acompañado por la bandera de Colombia.

Todo no pasaría de ser otro de los millones de mensajes falsos que pueblan Twitter si no fuera porque el presidente le impartió la bendición de su retweet.

El trino, en apariencia del ministro de la Defensa y retomado por el presidente de la República, disparó los teletipos de las agencias de noticias y puso a trabajar a todo vapor a las salas de redacción.

El presidente Petro mandó a buscar al ministro de Defensa hasta debajo de las piedras, pero no lo localizó porque estaba en alta mar en un patrullaje con la Armada. A ese punto ya era posible que surgiera la sana dosis de escepticismo. Si el ministro no podía responderle una llamada a su jefe, pues menos habría podido trinar semejante noticia.

Además, los que conocen a Iván Velásquez saben que es enemigo del plural mayestático: “Hemos encontrado a los niños”, “Nuestras fuerzas militares”. Ese no es su lenguaje. Tampoco es hombre de publicar banderas. Pero ningún obstáculo es capaz de detener la fe cuando alguien está enamorado de una idea.

El presidente había encontrado algo parecido a una confirmación en un funcionario del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ICBF, que había oído la historia de un lanchero que llevaba los niños en su curiara hacia Cachiporro. El interlocutor del mandatario, aparentemente, mezcló lo uno con lo otro, quizás pensó con el deseo, y le dijo al presidente que había claros indicios de que los niños estaban vivos.

Era la noticia que muchos colombianos querían oír. Era tan bello imaginar la feliz imagen de los pequeños con vida derrotando el accidente y la adversidad, pensar que esas diminutas heroínas indígenas de 13 y 9 años habían logrado salvar a su hermanito de 4 y al bebé de 11 meses, caminando 17 días por la selva.

Fue entonces cuando el mandatario puso su propio trino usando un lenguaje francamente parecido al del fake: “Después de arduas labores de búsqueda de nuestras Fuerzas Militares, hemos encontrado con vida a los 4 niños que habían desaparecido por el accidente aéreo en Guaviare. Una alegría para el país”.

De la mano del trino presidencial llegó el vértigo de la chiva, la adrenalina busca clicks hizo efecto. Los titulares revolvieron cálculos propios, especulaciones, deseos, sueños y, desde luego, sensacionalismo:

“Primicia: Milagro en la selva”.

“Los tres niños perdidos en la selva, incluido un bebé de 11 meses, fueron cuidados por su hermana de 13 años. Una historia de heroísmo”.

Y no contentos con especular en textos, empezaron a anunciar a los cuatro vientos que tenían las pruebas que no existían: “En imágenes: así sobrevivieron los niños y el bebé que cayeron en la selva”.

En virtud de ese click y del todo vale, publicaron: “Los niños sobrevivientes de accidente de avioneta en Caquetá habían construido cambuches en la selva; así los encontraron”.

Y mientras los departamentos creativos –y ya no los reporteros rigurosos– se daban el banquete de tráfico, algún periodista, como el niño del traje nuevo del emperador, empezó a preguntar por las pruebas en el Ministerio de Defensa y nadie daba respuesta.

La Aeronáutica Civil no tenía ningún reporte de avistamiento por parte de las aeronaves que sobrevolaban la zona.

Los generales, como ustedes saben, ya quedan poquitos y los que quedan están muy amañados con sus soles y estrellas, no se atrevieron a contradecir al comandante supremo de las Fuerzas Armadas, jefe de Estado, jefe de Gobierno y primer magistrado de la Nación.

Por lo menos, no se atrevieron a contradecirlo en voz alta, pero uno de ellos me contó, hacia las 5:00 de la tarde, que había hablado con el escuadrón de rescate y que ellos –humm– aún no habían visto nada.

Sobre esa hora, algunos indigenistas empezaron a decir que esos militares querían quedarse con el crédito del rescate de los sobrevivientes de la avioneta y que los únicos héroes eran los niños y las comunidades indígenas que en inédita epopeya los habían arrancado de la selva y de la muerte, a machetazos y a punta de guarapo y mañoco.

La tarde estaba terminando cuando el presidente y su jefa de gabinete, Laura Sarabia, recibieron mensajes de texto de un periodista contándoles que una fuente militar, habitualmente confiable, estaba diciendo que no había información sobre el rescate.

La revista Cambio empezó tímidamente a asegurar que ni la Aerocivil ni el Puesto de Mando Unificado corroboraban que los niños hubieran aparecido. El volumen fue subiendo con las horas, quizás por eso muchos seguidores del presidente en las redes sociales se fueron lanza en ristre contra el medio porque se atrevía a dudar de la palabra del jefe de Estado.

En seguida, otros medios empezaron a preguntarse qué estaba pasando mientras el más entusiasta de la tard, se empezaba a devolver en triple salto mortal: “Aunque el Gobierno reportó que fueron hallados los cuatro niños perdidos en la selva, tras accidente de avioneta, la empresa dice que la búsqueda continúa”.

El sí pero no, que abre siempre el discreto desfile a la reversa. A nadie le gusta reconocer que la embarró.

Ya bastante tarde, el presidente mantenía la fe. Y como acertadamente comentan los teólogos, fe es creer en lo que no se ve.

El jefe de Estado comentaba a esa hora que las Fuerzas Militares no habían podido entrar en contacto con los niños pero que el ICBF y los indígenas reportaban que estaban en Cachiporro y que las difíciles condiciones de tiempo impedían la llegada al lugar.

Según los satélites del Centro Nacional de Meteorología de Estados Unidos, ayer hizo un buen día en Cachiporro, Guaviare, y las precipitaciones aisladas solo empezaron a las 7:00 de la noche. Pero si la fe mueve montañas, con mayor razón es capaz de mover nubes.

Mientras tanto,las familias de los ocupantes de la avioneta siniestrada emitían un comunicado en estos términos: “Rechazamos la desinformación y manejo mediático que se le ha dado a la búsqueda de nuestros familiares”.

Ellos exigieron respeto de los medios y de las entidades públicas, le pidieron al presidente que mirara la precaria y costosa aviación que tiene que usar y agradecieron a las comunidades indígenas de Cachiporro por su ayuda para localizar a los siniestrados.

¿El presidente se apresuró? Yo creo que sí. ¿Algunos medios hicieron un trabajo pobre? También lo creo: inflar un trino con ficción sin preocuparse por averiguar la verdad, hasta el punto de anunciar que tenían fotos de una situación no probada, muestra el escaso compromiso de algunos de ellos con la verdad más allá del tráfico.

La credulidad es enemiga del periodismo. La credulidad es antónimo de credibilidad.

Permítanme terminar haciéndole un homenaje a las familias indígenas que conservan vivas sus esperanzas.

Para ellos quiero recordar al cazador novato Rafael Martínez Arteaga, un gran recitador llanero. Entre muchas cosas que tomó prestadas para el poema ‘La verdad desnuda’ (originalmente de Ricardo García Curvelo), tomó un verso escrito en la bella lengua indígena sikuani que más o menos dice: “Pasi baticuani hapipisca sororoca perereca jamo”. Y traduce “Blanco no me jode a mí, yo tampoco lo molesto”.

Ojalá aparezcan estos niños de la comunidad huitoto, perdidos en la espesa selva del Guaviare.

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