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La historia de Daniel*: pasó de defender una cancha a proteger su propia vida

El especial ‘No hay derecho: Huellas de la guerra en niños y adolescentes en Colombia’ explora algunas de las historias de aquellos jóvenes que se vieron obligados a crecer en medio de las balas y la violencia en sus territorios.

La historia de Daniel*: pasó de defender una cancha a proteger su propia vida

Colombia

Mientras muchas personas escuchaban su música favorita, aprendían a tocar un instrumento musical o jugaban a las escondidas, miles de niños de distintas partes de Colombia sobrevivían a la guerra.

El especial ‘No hay derecho: Huellas de la guerra en niños y adolescentes en Colombia’ explora algunas de las historias de aquellos jóvenes que se vieron obligados a crecer en medio de las balas y la violencia en sus territorios.

La historia de hoy es la de Daniel*, quien tenía 16 años cuando lo obligaron a dejar atrás el chontaduro, el pescado fresco y las tardes de futbolito al lado del mar de su Buenaventura natal.

En contexto:

Así relata las amenazas de los grupos armados contra él y su familia: “Fue una noche que estaba jugando billar con mis amigos, cuando de repente me llaman y me dicen que a un compañero le van a pegar dos tiros, yo no sabía por qué. De repente, a mí me dicen que me fuera, y yo me fui (…) yo me iba yendo y el jefe del barrio me paró y me dijo que yo tenía que irme y que, si no, me mataba a mi familia”.

Así fue como, a sus 16 años, Daniel* pasó de defender una cancha a proteger su propia vida: “A mí me sacaron del barrio, me dijeron que no podía volver por allá, que si volvía me mandaban pa’l cajón”.

Sin embargo, no solo los grupos armados fueron su única amenaza. Así como lo viven miles de jóvenes en Colombia, la falta de oportunidades también se convirtió en su peor enemigo.

“Había comenzado la pandemia y estábamos mandando las tareas virtuales. Yo no hacía eso porque no tenía cómo. No tenía internet ni la comodidad para hacer las tareas, andaba por ahí jodiendo en la calle”, relató Daniel*.

Hoy en día, son 514 kilómetros de distancia los que separan a Daniel* de su familia. Sin embargo, él admite que prefiere haber dejado su corazón y su sangre porque, de haberse quedado en su tierra, hoy no estaría contando la historia.

Así lo cuenta: “Lo mejor de acá es que hay un mejor futuro. Allá hay mucho conflicto, muchas bandas que lo confunden a uno por ahí. Si yo soy de un barrio y me paso a otro, me pueden desaparecer, me pueden secuestrar, me pueden hacer muchas cosas”.

Daniel* tampoco tuvo héroes que lo salvaran: la Policía Nacional, que juró protegerlo, también lo condenó a un peor futuro:

“Lo que pasa es que, si usted sabe algo, algo que está pasando con su familia, usted ahí les habla a las autoridades. Lo primero que van a hacer es dejarlo hablar y después ellos mismos (lo entregan) a los otros grupos. Es común allá por la plata quincenal, mensual”.

Y como un niño que cree en magos, Daniel* desearía que estos grupos desaparecieran como por arte de magia:

“Que esos grupos desaparecieran. Hay algunos (jóvenes) que no tienen los recursos, salen de la escuela y allá si usted no tiene una palanca (para) entrar a la universidad, no estudia o no trabaja, eso es lo que hace que ellos se metan a la delincuencia. Si trabajan legal, les montan problemas, si trabaja en moto ratón y entra a un barrio que no es, les quitan la vida”.

A pesar del destierro, las amenazas y de una corta vida llena de angustia, Daniel* decidió romper con el círculo de la violencia y hoy quiere construir los cimientos de un legado distinto.

“La primera carrera que quisiera ejercer es arquitectura, de ahí ingeniería civil y, de ahí, seguir hacia delante, sacar a mi familia de allá”, concluyó el joven.

Escuche la historia de Daniel* en La W:

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