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El carcelero papero y los reclusos esclavos

El director de la cárcel de Tunja usa terrenos de la penitenciaría y mano de obra gratuita de los reclusos para cultivar papa.

Tunja, Boyacá

La historia de hoy está sucediendo en la Cárcel y Penitenciaría de Mediana Seguridad de Tunja, la capital de Boyacá. Un penal con capacidad para albergar 120 personas privadas de la libertad que, con frecuencia, sufre situaciones de hacinamiento.

Las frías construcciones del penal en el barrio El Dorado se levantan al lado de una extensión cuasi rural de unas tres hectáreas.

Hace ocho meses, llegó a esa cárcel un nuevo director. Es el mayor retirado de la Policía Nacional Óscar Iván García Santos, una persona con una trayectoria destacada que, después de dejar la institución, trabajó como director de seguridad de importantes empresas.

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El arribo del mayor García, según lo relataron fuentes de información, trajo consigo una novedad. Grupos de internos empezaron a ser llevados por los guardianes para arar la tierra aledaña a la cárcel y sembrar principalmente papa. También fríjol y cebolla.

En este punto es necesario tener en cuenta que en Colombia –por fortuna– no existe la pena de trabajos forzados. Las leyes colombianas establecen claramente que el trabajo penitenciario es una actividad “humana, libre” y añade “que tiene un fin resocializador, dignificante y de redención de pena”.

No fue el caso de estos internos, quienes no tenían capacidad de oponerse a las órdenes de los guardianes y que trabajaron largas jornadas sembrando y cosechando, sin obtener remuneración. Como además esa cárcel no consagra legalmente este tipo de labores, tampoco les servirá para redimir la pena.

En esta aberrante forma de trabajo forzado, de esclavitud penitenciaria, las personas privadas de la libertad no se oponen ni denuncian por temor a las represalias.

Bueno, a veces sí denuncian. Tengo algunas fotos lejanas tomadas por un familiar. Esas imágenes muestran internos con el uniforme kaki y naranja empacando bultos de papa.

A ver. La tierra es de la cárcel, es decir del Estado, de los contribuyentes. Y el trabajo gratuito lo ponen los presos. ¿Quién se queda con la plata?

De acuerdo con una fuente, fueron cosechadas 125 cargas de papa, alrededor de 250 bultos. Un conocedor del tema me dijo que, por esa cantidad de papa, debieron haber recibido al menos 30 millones de pesos.

No he podido saber dónde está esa plata.

Hace dos días llamé al director de la cárcel, el mayor retirado Óscar Iván García, y no me respondió. Le escribí mensajes de texto y tampoco contestó.

Finalmente, le envié un correo electrónico a la cuenta institucional de la cárcel y replicó: “He recibido su mensaje, de manera atenta solicito enviarme por este medio cuál es el tema específico que desea hablar conmigo”.

Le respondí diciendo:

  • “Respetado Mayor, Quiero preguntarle si es cierto que, en predios del establecimiento carcelario bajo su dirección, se ha cultivado papa y otras especies usando como trabajadores a personas privadas de la libertad. En caso afirmativo, le pido responderme cuál fue la remuneración que recibieron los internos por este trabajo y quién les pagó. Así mismo, le solicito informarme cómo se comercializaron las cosechas y dónde está el dinero que produjeron”.

Casi 24 horas de silencio después, insistí en pedirle su respuesta. Finalmente, afirmó que estaba pidiendo permiso al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) para contestar.

Aparentemente, el permiso sigue sin llegarle a esta hora, pero me adelanté y le pedí al vocero del mismo INPEC que me confirmara si la actividad adelantada en la cárcel de mediana seguridad de Tunja estaba debidamente autorizada.

El INPEC respondió que esa cárcel no tiene ninguna actividad agropecuaria autorizada. En la comunicación también indica que iniciará una verificación en ese penal para determinar qué es lo que se ha hecho y el paradero de los posibles recursos producidos por la tierra del Estado y la mano de obra no remunerada de los presos.

Les contaré lo que suceda con la verificación. A lo mejor, como es costumbre, no pasa nada.

Las personas que están privadas de la libertad no pierden sus derechos humanos. El director de la cárcel, el inspector de guardia y unos cuantos guardianes que lo secundan no son dueños de los internos, ni amos de ellos. Tampoco dueños de la tierra de la cárcel, que a este punto es lo de menos.

El periodismo de investigación a veces pone la lupa en las cimas más encumbradas del poder y a veces en los rincones más modestos de la sociedad.

En todos los casos el periodismo, cuando es honesto, tiene que ser un contrapoder. Nuestro trabajo consiste, en buena medida, en darle voz a las personas más desprotegidas. Y pocas están más desprotegidas que los presos, al menos los presos pobres.

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