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Detalles no revelados de la entrevista con Aida Merlano

El accidentado e interesante diálogo con la exsenadora detenida en Venezuela y protagonista del escándalo político del momento.

Colombia

El romance de Alex Char con la exsenadora Aida Merlano está lleno de detalles pintorescos que mezclan pasiones clandestinas con delitos de corrupción y fraude electoral, cuya responsabilidad debe establecer la justicia.

Si uno se pone a crear una trama con los creadores de la serie ‘Succession’ seguro que el guión no le queda tan bueno como la realidad.

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Este fin de semana, Federico Gómez, director de la revista Cambio, y yo, no le hicimos una sola entrevista a la exsenadora Merlano, sino que terminamos haciéndole cinco por cuenta de las interrupciones: para buscar la blusa que ella quería, para fijar con cinta pegante el celular que usó, por la llegada abrupta de las personas que la supervisan en su lugar de reclusión en Venezuela y también por fallas en la señal de internet.

La última versión, la que publicamos, es la más concreta y ágil de todas pero en las anteriores hay detalles que merecen ser conocidos porque condimentan esta historia de amor, traiciones, crímenes y complicidades.

La señora Merlano contó que empezó a convivir desde que tenía 16 años con el contratista Julio Gerlein, cuarenta años mayor que ella y, jefe, junto con su hermano Roberto, del poderoso Clan Gerlein de Barranquilla.

Aseguró que Alex Char no le llamaba la atención, aún más le caía un poco gordo, pero que él se propuso conquistarla y que su primer intento de seducción fue inolvidable.

Relató que una vez estaba en su oficina atendiendo un visitante y le marcó a su asistente para pedirle un café. Su sorpresa fue mayúscula cuando en lugar de la secretaria, entró un elegante mesero al despacho, cargando ceremoniosamente una bandeja con un vaso whiskey y un café: El mesero era el poderoso y multimillonario Alex Char.

El visitante entendió que ahí sobraba y se despidió rápidamente mientras Char le preguntaba:

-¿Se le ofrece algo más, doctora?

Las visitas empezaron a hacerse más frecuentes, más risueñas, más íntimas. Al tiempo que crecía la complicidad en el terreno del poder, los negocios, la financiación de la campaña y la contratación.

De acuerdo con Aida Merlano, no era raro que él se le apareciera en su sede y que cuando llegaba se encontraba a Alex Char tomándose un whiskey, de la mejor botella que ella tenía en la oficina. ¿Ella preguntaba por qué justo se tomaba el trago de Peteco?

Peteco, es el sobrenombre cariñoso con el que ella llamaba a Julio Gerlein, a quien -con toda seguridad- lo que menos le hubiera importado es que se le tomaran el whiskey.

Algo se debía oler el septuagenario, porque lo cierto es que no se pasaba a Alex Char.

La señora Merlano le ha ofecido a la Corte Suprema la entrega de un audio en donde ella habla con Gerlein de la financiación de su campaña estimada en 11 mil millones de pesos.

Gerlein ponía $6.000 millones y los otros $5.000 millones venían de Alex Char, pero para disimular el hombre que daba la cara, según la señora Merlano, era Arturo Char, el hermano de Alex, quien el año pasado era el presidente del Senado.

Ella vivía en un edificio a dos cuadras de la casa que ocupaba Char con su familia. Dice que él le hacía señas desde su casa y le pedía acercarse a la ventana del apartamento para poder verla a lo lejos.

Él le decía “Pechi” y ella “Papi” a él. Él le prometía que ella iba a ser su senadora y él el presidente de ella.

Cuando iba a verla nunca llevaba puesta su cachucha. Llegaba vestido de blazer, sin importar el calor de Curramba, solo para estar elegante para ella. “Como si fuera para verse con Lady Di” recuerda ella.

Todo este idilio como de “Nueve semanas y media” + Política, según ella terminó por las razones que explicó en la entrevista publicada por Cambio y que a mí me antojan más del reino digital que el de la radio, por eso les pido que la lean allá y que no me pongan a decirlo por acá.

Este fin de semana cuando Aida Merlano leyó que Alejandro Char acababa de declarar que negaba la operación de compra de votos, pero aceptaba que había tenido un romance con ella al que calificaba como error:

Apretó los labios y con voz firme, sin un espacio para la duda, nos aseguró:

- “Si te digo que me ofende, te mentiría. Que me duele, también te mentiría. Si me importa creo que también sería una mentira”.

Eso dijo con palabras, pero a mí me pareció que sus ojos estaban diciendo otra cosa.

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